La ciencia de Dios, o ciencia de la salvación
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En verdad, debemos comprender absolutamente que todos nuestros pensamientos, palabras y acciones producen efectos positivos y/o negativos, que provocarán al final de nuestra existencia actual ya, pero seguramente en nuestra próxima vida, consecuencias buenas y/o malas, de los que tendremos que alegrarnos o sufrir. Es fundamental comprender que en el universo material, el bien y el mal, la bondad y la maldad, el regocijo y el odio, están en el mismo plano y son una proyección de la mente.

El Señor Krishna dice: «Son los pensamientos y recuerdos del ser en el momento en que deja su cuerpo los que determinan su condición futura».

Si hacemos el bien con una actitud virtuosa, nuestra próxima vida será agradable, disfrutaremos de un fácil acceso a la opulencia material, naceremos por ejemplo en una familia rica, o en una familia cuyo padre sería un sirviente de Krishna. Esto debe ser visto como la misericordia de Kṛiṣhṇa, ayudando a esta hermosa alma con un sabio padre, para acceder a la verdad absoluta, y estar seguro de que puede regresar a Dios, a su reino maravilloso.

Como podéis ver, hacer el bien, ser virtuosos y benevolentes, estar llenos de amor al prójimo, no pone fin a la existencia, sino que provoca también una reencarnación.

Del mismo modo, si hacemos el mal, de cualquier manera, sufriremos exactamente lo mismo en nuestra próxima vida. Lo que hagamos, lo haremos. Tres formas de ser provocan inevitablemente la reencarnación: es la concupiscencia, el materialista exacerbado por los placeres de los sentidos, y el rechazo de Dios como lo hacen los no creyentes ateos.

El amor y la benevolencia solos son un freno al desarrollo y a la elevación espiritual, puesto que tienen como base el bienestar corporal y no el del alma. Ahora bien, no es el interés del cuerpo lo que hay que buscar, sino el del alma. El amor, la benevolencia, la maldad, y el odio, por ejemplo, anclan el alma espiritual encarnada en el ciclo de las reencarnaciones perpetuas, y al contrario, no rompen la cadena que retiene al alma prisionera de la materia. No olvidemos que somos un alma espiritual, y no el cuerpo material.

Termino con el sublime Nombre de Dios, Kṛiṣhṇa.

Cristo viene del griego Khristos, que significa «el Ungido», y Khristos es el derivado griego del Nombre Krishna.

Cuando en la India, la tierra espiritual por excelencia, los devotos invocan a Krishna, a menudo pronuncian su nombre «Krista», lo que significa en sánscrito «atractivo». Ya sea que nos dirijamos a Dios con estos Nombres de «Cristo», «Krista», o «Krishna», invocamos siempre a la misma Persona Suprema, infinitamente fascinante.

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