La Ciencia Espiritual Pura
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consumirás drogas ni productos excitantes; no jugarás a juegos de azar», porque vivirán en la santidad.

Felices aquellos que inculcan amor, bondad, misericordia, compasión, igualdad y benevolencia en el corazón y que aman a todos los seres vivos (a todos los seres humanos sin excepción, a todos los animales y todos los vegetales) porque quedarán impregnados por la verdad.

Pero todavía más felices son aquellos que saben que hay que amar a Dios, obedecerlo, abandonarse e él y servirlo con amor, humildad y devoción, porque ellos conocerán al Padre Eterno tal y como es. Solo a través de una devoción semejante, plenamente consciente de Dios, es posible entrar en su reino eterno.

Desgraciados todos aquellos que sirven a Satán, la ilusión, porque se quedarán en las tinieblas de la ignorancia y padecerán los tormentos del infierno.

Todos los que actúan con maldad, que se atreven a llamarle bien al mal y que, por sus acciones criminales demuestran que actúan bajo la influencia del diablo, serán severamente castigados por la justicia divina. Al hacer sufrir a los inocentes y verter sangre, sin ningún remordimiento y con frialdad, se condenan ellos mismos a la maldición eterna. Entrarán en el abismo de donde nunca saldrán, a menos que cambien su comportamiento, se arrepientan y decidan escuchar a Dios. Aunque todavía se encuentran entre los hombres, ya están espiritualmente muertos.

Nadie sabría vivir sin amor. Dios es la fuente del amor, la esencia pura de la felicidad perfecta. A él le gusta propagar sus efluvios.

El amor verdadero y permanente no existe en el universo material. Si queremos conocer el verdadero amor, como ser impregnado, inmerso, volvámonos a Dios y sirvámosle con amor y devoción.

El servicio de amor y devoción que le ofrecemos al padre Eterno nos permite desarrollar el verdadero amor por Dios, nos concede estar impregnados de la esencia del amor, satisfacer nuestra sed de amor y, así, de forma natural, amar a todos los seres; pero, sobre todo, por la gracia del Padre Eterno, experimentar una felicidad sublime e ilimitada.

Si queremos que la paz y la armonía reinen en toda la tierra, basta con enseñarles a los hombres el arte de amar a Dios. Así podrán, enseguida y al mismo tiempo, amar a todos los seres. Enseñémosles a conocer al Padre Eterno, a que su amor por él aumente, a desarrollar la consciencia de Dios, así, ellos mismos llegarán a realizarse y alcanzarán la auténtica felicidad.

Hablar de Dios, querer amarlo, glorificarlo y elegir a todos los seres humanos que forman la humanidad, que se le quiere amar y que se le debe odiar, es comportarse como secuaz de Satán. Hablar de Dios, querer amarlo, glorificarlo y no poner en práctica sus palabras, sus consignas, sus consejos, sus preceptos, sus leyes y sus

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